El español de América

   Tiene como base el castellano del siglo XV al que hay que añadir la influencia de las lenguas indígenas (sustrato si han sido desplazadas por el español y adstrato si conviven con él) y las novedades lingüísticas que desde la Península llevan los conquistadores y los colonizadores durante los siglos XVI y XVII, las cuales responden más al proceso evolutivo del andaluz que del castellano.
   Resulta curioso que una lengua como la castellana contemporánea del descubrimiento, todavía no codificada del todo, haya podido dar lugar a una homogeneidad, lo cual no es obstáculo para que existan variantes debidas a las preferencias, en cada zona, por unos fenómenos lingüísticos determinados.
   La homogeneidad permite señalar rasgos comunes en todas las zonas del español americano como cambios acentuales (baul), pérdida de la –d- (cuidao) y aparición de la –d- (intervocálica) por ultra corrección (bacalado).
   Todos estos fenómenos son conocidos del español vulgar y rural de la Península.
   Dentro de la homogeneidad general pueden establecerse cinco zonas cuyo perfil lingüístico varía de unas a otras: la antillana (zona de influencia del arahuaco), la mejicana (zona de influencia del náhuatl), la andina (corresponde al quechua), la chilena (zona del araucano) y la rioplatense (corresponde al guaraní).
   En la época del descubrimiento y colonización existían en América unas 2000 tribus con sus lenguas y dialectos, muchos de los cuales se han perdido, pero otros se conservan como por ejemplo el quechua (idioma oficial en Perú) (cóndor, coca, puma) o el guaraní (cooficial en Paraguay) (tapioco, mucama).
   De modo general puede decirse que las influencias de las lenguas indígenas en el español de América ha dado origen a rasgos o indigenismos como son intercambio de e, i (me veda) o intercambio entre o, u (dolsora).
   Por razones de conquista y colonización será el andaluz quien ejerza una influencia notable en el español de América. Rasgos del andalucismo son, entre otros, el seseo, el yeísmo y la aspiración de –s final de sílaba o palabra.
   Los rasgos fónicos más llamativos del español americano coinciden con los andalucismos.
   En cuanto a los rasgos morfológicos, tenemos por ejemplo la creación de femeninos para nombres o adjetivos que no tienen distinción genérica (estudianta, húespeda) (el proceso contrario es menos abundante (hipócrito)), uso del sufijo –azo para superlativos (derivación) (grandazo) o la la adverbialización del adjetivo (cantaba lindo, sírvete breve).
   Entre los rasgos léxicos más destacados se pueden señalar arcaísmos (bravo (enojado), lindo (bonito)), italianismos (pibe, capuchino) y gran cantidad de neologismos (verbos construidos a partir de sustantivos (sesionar, ultimar) y sustantivos creados con el sufijo –ada (bailada, paseada).

(Cada una puede modificarlo a su gusto y poner los ejemplos que quiera)

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